“En el mineral hicieron 3 Iglesias;
Sauce, El Oro y San José.
El mineral era del “amigo” y
él se enojó con tanta iglesia
y ahí se fue la riqueza…se fue a Talca”1
Con estas palabras muchos pirquineros de Tamaya intentan explicar la decadencia que sobrevino a fines del siglo XIX; en ella se ven reflejadas las creencias más profundas de su imaginario colectivo, el que no es privativo de esta zona geográfica, pues está presente en toda la minería del Norte Chico.
Por otra parte, en la historiografía nacional existen variados estudios que hablan sobre el proceso de decadencia de la minería del cobre en el último cuarto del siglo XIX, pero lamentablemente muy poco encontramos sobre cómo se vivió este proceso en Tamaya. Lo cierto es que no se produjo de un día para otro, fue un proceso paulatino donde la producción disminuyó y su población emigró hacia otros lugares con mejores oportunidades laborales.
En este sentido, una interrogante que se debe resolver es en qué momento Tamaya entró en su periodo de decadencia. La Real Academia Española define decadencia como el “principio de ruina”, así que buscamos el periodo cuando dejó de crecer y comenzó a declinar. Guiados por los censos, nos daremos cuenta de que la población llega a su punto más alto en el censo de 1875, para luego disminuir, reflejándose en el censo de 1885 que mostró una baja porcentual del 29,3%, es decir, una disminución neta de 2.504 personas.
Por lo tanto, guiados por estos datos, podremos situar el inicio de la decadencia en el periodo intercensal 1875-1885.
Esto último lo podemos comprobar si revisamos la producción minera entre 1865 y 1899, esta indica que la decadencia en la producción de cobre en el ámbito nacional comenzó en 1875.
Este fue el periodo en que varias de las minas más importantes comenzaron a decaer en su producción, haciéndolas poco rentables, generando importantes pérdidas y la incapacidad para trabajarlas debido a la escasez de recursos2. Lo anterior, sumado a la caída en el precio del cobre3, llevó a los propietarios a solicitar avíos (préstamos) para continuar las faenas, ejemplo de esto es la mina Guías donde su dueño, José Tadeo Valdivia, celebró en 1875 un contrato con Juan Ramón Acuña en el cual este último se comprometía a suministrar dinero, víveres y otros artículos necesarios para continuar con la explotación de la mina. Dentro de los artículos que comprendían este contrato, el aviador tenía el derecho de pirquinear la mina durante el período de vigencia del contrato4. A pesar de esta inyección de dinero la mina no se recuperó y solamente dos meses después nos encontramos con el siguiente documento:
Obligación para pagar una deuda de $16.900 que mantiene Francisco, Eugenio y Lucas Valdivia con José Tadeo Valdivia producto del préstamo hecho por este último para trabajar la mina Guías, ubicada en la subdelegación de Tamaya, mineral del mismo nombre. Si los deudores no pueden pagar el préstamo se estipula que deben pagar con sus propiedades. El interés será del 12% anual5.
A medida que las condiciones económicas empeoraban, se fueron haciendo comunes las solicitudes de avío, esto motivó el establecimiento de sociedades que vieron en este paupérrimo panorama una posibilidad de obtener ganancias conforme a las cláusulas impuestas a los mineros —que incluían altas tasas de interés— que hacían muy difícil poder pagar la totalidad de lo solicitado; debiendo responder con sus pertenencias. Con esto último, el aviador terminaba convirtiéndose, por una fracción del valor comercial, en dueño de la mina. Una de las sociedades que se instalaron en Tamaya para este fin fue “Romualdo Silva y Cía.”. Según consta de la siguiente inscripción en el archivo notarial de Ovalle:
Establecimiento de la sociedad “Romualdo Silva y Compañía” para girar en los negocios de provisión, aviación de minas, lotes, pirquines, establecimientos y trabajadores. El capital aportado a la sociedad es de $60.000, el cual consiste en casas ubicadas en Tamaya y Punitaqui6.
Un indicio de decadencia lo entrega la pirquinearía en las grandes minas, pues da cuenta que los dueños, para evitar endeudarse con un aviador y con la consiguiente imposibilidad de continuar las faenas, preferían entregar sus pertenencias a estos trabajadores quienes extraían y beneficiaban el mineral con sus propios recursos; entregando un porcentaje de las ganancias o de metal —según lo estipulado por el contrato que podía ser de hecho o legal— al dueño de la mina quien de esta manera podía obtener ganancias sin necesidad de hacer una inversión.
En suma, podemos decir que 1875 marca el apogeo de desarrollo de Tamaya, pero así también es el inicio de la decadencia pues luego de esta fecha decaen todos los indicadores expuestos. Sunkel y Cariola plantean que “la crisis del comercio iniciada en 1873 con la caída de los precios y luego de la producción y exportación de los principales productos chilenos, tiene un carácter permanente”7.
En cuanto a la población, Tamaya fue importante, pero momentáneamente, si bien albergó una gran cantidad de población, esta una vez llegada la crisis, prefirió migrar hacia otras zonas buscando nuevas oportunidades.
No necesariamente los emigrados desde este centro minero tuvieron que salir de la provincia, sino que muchos optaron por quedarse en las subdelegaciones y poblados cercanos los cuales se caracterizaban por desarrollar la actividad agrícola.
Finalmente, podemos decir que Tamaya sufrió el mismo destino que tuvieron otros importantes yacimientos del siglo XIX tales como Chañarcillo, Caracoles y Tres Puntas; una vez acabado el mineral o cuando bajó la demanda tanto nacional como internacional, su población comenzó a migrar dejando tras de sí un sin número de “poblados fantasmas” los cuales son fieles reflejos de que la bonanza económica permite congregar población no importando que tan agreste sea el lugar. Dentro de los límites de Tamaya encontramos varios asentamientos abandonados, los más representativos son El Oro y San José; todos ellos dan cuenta de un pasado glorioso para la minería del cobre decimonónica, la cual, como dijo Ortega8, no se caracterizaba por haber desarrollado grandes procesos de modernización, sino más bien, conservó rasgos de tradicionalidad. Esta minería contrasta fuertemente con la desarrollada a partir del primer cuarto del siglo XX, gracias a capitales estadounidenses caracterizada por tecnologías modernas de producción.
- Eduardo Ardiles, antiguo pirquinero cerro Tamaya, 79 años. Entrevista del 11 de octubre de 2010.
- A esto le debemos sumar las dificultades producidas por los temporales acaecidos en este periodo que dieron como resultado la inundación de los niveles más bajos de las minas. Para poder desaguarlas se debía recurrir a bombas o socavones, en ambos casos el costo de la inversión era elevado y ante la falta de recursos era más preferible abandonar las faenas más profundas. Este problema no era nuevo en el mineral, existen diversos reportes que dan cuenta de esto, por ejemplo: El Eco de Ovalle, Ovalle, 12 de junio de 1858, p. 2-3. MIC 99.
- Sobre este tópico, Ortega, sustentado en una carta de Stephen Williamson (1874), dice que si el precio de las barras baja de las £75, la mitad de las explotaciones en Chile deberán ser abandonadas. Pero los precios disminuyeron muy por debajo de este límite. Ortega, L. (2004). Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión. 1850-1880. LOM Ediciones. El Progreso consigna que, en 1884 la barra de cobre se cotizaba solo en £53. El Progreso, La Serena, 13 de octubre de 1884, p. 2. PCH 1031.
- Archivo Notarial de Ovalle; V. 76, N° 45, 26 de enero de 1875, foja 57.
- Archivo Notarial de Ovalle; V. 76, N° 45, 26 de enero de 1875, foja 57.
- Archivo Notarial de Ovalle; V. 78, N° 1, 7 de enero de 1881, foja 1.
- Cariola, C. y Sunkel, O. (1982). Un siglo de historia económica de Chile 1830-1930. Dos ensayos y una bibliografía. Ediciones Cultura Hispánica.
- Ortega, L. (2004). Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión. 1850-1880. LOM Ediciones.