Como todo el país, Tamaya y sus alrededores sufrieron los rigores de las enfermedades causadas principalmente por la falta de higiene o por la mala nutrición, situación que se agravaba en el mineral pues en las cercanías de las minas era una odisea obtener el agua necesaria para el aseo y comida, principalmente porque no toda el agua de las minas era apta para el consumo y porque las aguadas eran ocupadas para satisfacer las necesidades de los empleados de mayor rango en la estructura laboral de las minas. Las enfermedades más recurrentes eran la viruela, la fiebre tifoidea, el cólera, la esquelencia y la membrana. Estas afectaban a toda la población del mineral por igual, independiente de su rango en las empresas, por ello, a finales de 1840 el gobierno pagaba un vacunador que se encargaba del departamento incluidas las minas, sin embargo, este esfuerzo era mínimo ya que las atenciones a los mineros eran llevadas a cabo principalmente por los propios dueños de las faenas. Se podían encontrar lazaretos en las minas Rosario, San José y Pique en los que se entregaban los cuidados para evitar más contagios y sanar a los ya enfermos; sin embargo, en otros poblados como El Oro, que concentraba la mayor cantidad de población del mineral, no existía lazareto y por tanto presentaba una alta mortandad en cada epidemia.
Por otro lado, la alimentación era por decir lo menos insuficiente, consistía en pan, agua turbia de dentro de la mina y una chancaca de mala calidad, no es raro pensar que los trabajadores con la falta de una comida nutritiva sufrieran enfermedades laborales asociadas a la mala alimentación. En la prensa de la época se destaca el trabajo a pleno sol y sin ningún descanso ni sombra donde cobijarse y los numerosos accidentes al interior de las minas. La tasa de accidentabilidad se ve intensificada producto de las características geológicas del yacimiento:
Un gran inconveniente presentan las vetas de Tamaya, y mui particularmente las vetas negra y verde. Nos referimos a su flexibilidad, poca consistencia en el cerro, siempre expuesto a los grandes derrumbes o atierros, particularmente cuando en su composición entra una sustancia débil, blanda, resbaladiza, llamada con mucha propiedad jaboncillo1.
1. Aracena, F. (1884). La industria del cobre en la provincia de Atacama y Coquimbo y los grandes depósitos carboníferos de Lota y Coronel en la Provincia de Concepción. Imprenta del Nuevo Mercurio.