
La existencia de las condiciones necesarias para el asentamiento de pueblos en torno a las faenas mineras da origen a las placillas, encontrando en Tamaya dos, El Oro y San José.
Estas eran un espacio de sociabilidad popular presente en el Norte Chico en los siglos XVIII y XIX1, y en ellas vivían los trabajadores de las faenas, en ellas pasaban parte de su vida hasta el momento en que partían a otro laboreo en busca de oportunidades laborales. Un lugar central en las placillas fueron las chinganas o boliches, las que se convirtieron en el reflejo de las libertades, manifestándose en ellas las cualidades más exacerbadas de la personalidad de los mineros. En estos lugares el canto y el baile eran parte de la vida. Sin embargo, estas expresiones eran un foco de indisciplina que debía ser controlado por las autoridades, impidiendo cualquier desorden que perturbara la paz impuesta, prueba de ello es el reclamo del oficial del registro civil del poblado del Oro, ya que según sus palabras:
Cerca de la oficina de la repartición que al tiempo es ocupada como casa habitación del suscrito, existe una casa donde viven unas cinco o seis mujeres de vida alegre y que poseen una chingana sin patente donde se canta, baila y chacotea impidiendo que el dicho oficial pueda realizar su trabajo en forma eficiente y oportuna2.
Las aprehensiones del oficial tenían fundamentos, pues cuando el minero se reunía a celebrar cualquier acontecimiento era de esperar por las autoridades algún tipo de desmán o desorden ocasionado por el alcohol, tal como consta en la siguiente fuente:
Hallándose varios individuos celebrando en una habitación con algunos bailes i copas de licor, el día de San Lino. El alcohol no tardo en acalorar las cabezas, a tal estremo que un individuo para vengarse de ciertos celos, se acercó al dueño del santo, cuyo apellido es Araya, i dio a este un soberbio mordisco que le dejo con una oreja de menos3.
Este tipo de conductas eran la base para que las autoridades buscaran evitar las reuniones entre los trabajadores en lugares públicos y privados, las reuniones traían pérdidas para la faena, ya fuera por el estado de ebriedad en que se presentaban los trabajadores o por desórdenes una de las medidas más duras y, por lo tanto, más difícil de hacer cumplir era la de prohibir la reunión, la fiesta y la alegría en la chingana, donde se vivía la libertad del placer: la música, el baile, el aguardiente, la risotada y los garabatos4. Las autoridades se encontraban convencidas de que estos establecimientos eran la raíz de la pobreza moral y crímenes, que eran los escollos para la buena administración y el buen gobierno de estas zonas. Con todo lo ya expuesto, una de las conductas más recurrentes de las autoridades fue alejar dichos establecimientos de las faenas, aunque jamás pudieron desterrarlos del todo.
1. Godoy, M. (2017). Mundo minero y sociabilidad popular en el Norte Chico. Chile, 1780-1900. Ediciones Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
2. Archivo Registro Civil de Cerrillos de Tamaya. Libro copiador de Comunicaciones oficiales, El Oro, 27 de diciembre de 1894, foja 116.
3. Biblioteca Nacional. El Tamaya, Ovalle, 26-09-1885. PCH 563.
4. Illanes, M. (2003). Chile des-centrado. Formación socio-cultural republicana y transición capitalista (1810-1910). LOM ediciones.